AUTOS Y BICIS EN CONTEXTO SOCIO-HISTÓRICO
Un recorrido crítico desde la historia del motor hasta la bici como resistencia cotidiana. Reflexión profunda sobre movilidad, poder y empatía urbana.
Orlando Monroy
5/8/2024
El motor de combustión interna fue uno de los pilares de la revolución industrial, la
cual marcó el inicio de una serie de transformaciones que resultarían en lo que
conocemos como la “sociedad moderna”. Este motor permitió la mecanización de las
fábricas textiles e impulsó los procesos de manufactura, así como la implementación
de líneas de producción automatizadas en diversas industrias; y por supuesto, la
revolución del transporte. El mundo empezó a conectarse con vías terrestres,
marítimas y áreas (recordemos que los barcos y los aviones también utilizan motores
de combustión interna). Bravo por la movilidad y conectividad entre ciudades y países,
pero recordemos que estas transformaciones estuvieron fuertemente influenciadas
por las lógicas y tendencias del sistema capitalista ─o eso según la teoría marxista─
pues permitirían una mayor circulación de “mercancías” y por supuesto que una
creciente acumulación de la riqueza a partir de la “explotación de la clase
trabajadora”. Después de la segunda guerra mundial y organizando la economía en
base a principios Keynesianos y “Estados de Bien Estar”, la sociedad occidental
(Europa, Estados Unidos y Australia) logró darle coherencia y estabilidad a sus
proyectos de nación, fijando las relaciones sociales al interior de las empresas, entre
las empresas y los sindicatos, entre los sectores industriales y los sistemas
educativos, y hasta entre la esfera de producción económica y el sistema político de
partidos. En este contexto económico, el automóvil se convierte en una “mercancía”
accesible para aquellos que alguna vez se identificaron como pertenecientes a la
“clase trabajadora”. Con una autopercepción consumista, el asalariado empieza a
hacer uso de su poder adquisitivo para obtener la independencia y la libertad que le
ofrece Henry Ford con sus innovadores vehículos. Entonces, con la ayuda de
sofisticadas técnicas de publicidad y mercadotecnia, la industria automotriz convierte
al automóvil en un símbolo que empodera, representa el éxito económico y otorga un
cierto estatus social (ahora el trabajador se auto-percibe como miembro de la
burguesía). Nadie puede negar la utilidad de un automóvil, pero nuestra fascinación
por este objeto, ha tenido un impacto profundo en la distribución de las relaciones de
poder en los espacios de movilidad social ─y en el medio ambiente ni se diga. La
extracción de petróleo es una explotación directa de los recursos naturales, además
de que sus procesos de refinación (o su transformación en gasolina) generan una
cantidad increíble de emisiones de dióxido de carbono y gases de efecto invernadero.
Por si fuera poco, una vez que se usa la gasolina para activar el motor de combustión
interna desde los coches, se vuelve a contaminar el aire a través del sistema de gases
de escape. La quema de combustibles fósiles y su impacto directo en el Calentamiento
Global, han dado cabida a una variedad de discursos ambientalistas. Se habla del
“transito” de “Combustibles fósiles” a “energías limpias”, así como de la
implementación de formas alternativas de movilidad, tales como el transporte público,la electromovilidad, o el ciclismo, del cual hablaré a continuación. Países como
Dinamarca, Inglaterra, Noruega y Países Bajos han logrado implementar Políticas
Nacionales Ciclistas, considerando ciclovías, regiones de turismo ciclista, rutas
urbanas y de montaña; habilitando el transporte público e implementando
infraestructuras ciclistas (por ejemplo, zonas de descanso). Si me lo preguntan, tiene
bastante sentido, pues la bicicleta no solo genera 0 emisiones contaminantes, sino
que también promueve el bienestar físico y la salud mental, pues aparte de la quema
de calorías, la bici te da la libertad de moverte sin las responsabilidades y costos que
implica tener un coche (sin mencionar que el ciclismo se utiliza hasta como una forma
de terapía). Muchos ya entendieron el mensaje (y podríamos tener un debate sobre las
diferencias socio-históricas y económicas que les permitieron a ciertos países tener
políticas e infraestructuras ciclistas), pero es un hecho que en México (o al menos en la
bella ciudad de los 30 Caballeros), los ciclistas necesitan una especie de “ética para la
supervivencia entre conductores hostiles”. Cada quien tiene sus prioridades y todos
quieren ganarle al tiempo, pero está claro que cuando un conductor hostil se retrasa 5
segundos por un ciclista que se esfuerza lo máximo por orillarse, hay un alto grado de
probabilidad de que el ciclista se convierta en el chivio expiatorio de los problemas del
conductor. “Vas a ocasionar un accidente” le dice el conductor de una pipa de gas (de
esos que tienen el pie pesado) a un ciclista en una subida empinada a manera de
regaño. El ciclista se pregunta ¿Qué no se da cuenta de la desventaja en que me
encuentro?; ¿No se da cuenta de que muevo con mi propia fuerza y él con un motor de
combustión interna? Parece que quien tiene un coche tiene el poder absoluto y es el
dueño indiscutible de las calles y el espacio de movilidad social. El ciclista no existe.
No es reconocido como alguien que se mueve por las calles de cierta manera. Y ¿Por
qué habría de ser reconocido? Si el hacerlo implica perder la autonomía y la promesa
de la movilidad motorizada que difunde el capitalismo automotriz. El problema es que
lo que no se reconoce se excluye, se cancela y se niega. Se convierte en el “judío” de la
Alemania Nazi, lo cual es mucho más fácil de hacer desde el anonimato, la separación,
el autoaislamiento y la comodidad que otorga el vehículo. Literalmente, hay
conductores que te mientan la madre aparte de que te rebasan super rápido y super
cerca. En ese momento, los ciclistas se convierten en una especie de bichos raros que
se pueden aplastar, y no me refiero solo a aquellos que suben sus costosas bicis a sus
camionetas para bajar del pico de Orizaba el fin de semana, sino a aquellos ciclistas
invisibles que deciden pedalear para llegar al trabajo y regresar todos los días. Ante
este contexto de conductores hostiles, el ciclista debe de desarrollar un sentido
permanente de alerta, saber adaptarse y tomar decisiones rápidamente, evaluar
riesgos y oportunidades, conocer las mejores rutas y hasta tener planes de
contingencia y saber qué hacer en situaciones de emergencia. A falta de un marco
legal claro, y dado el desafiante contexto, el ciclista puede optar por subirse a la
banqueta cuando tiene coches atrás, brincarse los camellones, pasarse los
semáforos, subirse a los parques y a las áreas verdes, pero siempre actuando demanera reflexiva, estratégica y respetando a los peatones. Sin embargo, no hay que
caer en el mismo error de los conductores hostiles de antagonizar, marcar una línea
rígida y responder de manera agresiva. Algunos activistas organizan grupos (como en la
CDMX) , quienes a veces se coordinan en protestas pacíficas sobre ruedas, otros
difunden perspectivas críticas sobre el ciclismo en grupos de escritores, otros
impulsan la infraestructural ciclista por la vía institucional. Los lobos solitarios podrán
estar vulnerables en las calles, pero con conocimiento, habilidad y resiliencia, pueden
dar el ejemplo a los conductores hostiles; por ejemplo, dándoles el paso (subiéndote a
la banqueta para dejarlos pasar). A mí me ha funcionado y algunos conductores se dan
cuenta y hasta me dan las gracias tocando la bocina ─hay que entender que algunos
conductores se estresan o se sienten inseguros por el tipo de movimiento de las bicis
(hay que ser empáticos con ellos). Pero esperemos que algún día, también ellos se
pongan en nuestros zapatos y empiecen a hacer lo mismo.